miércoles, 8 de febrero de 2012

Alto copete.

¿Para qué engañarnos? Somos partidarios de darnos algún capricho de vez en cuando.
Y en este tiempo que no hemos actualizado lo hemos hecho por partida doble en uno de los restaurantes más famosos y elegantes de la provincia oscense; el restaurante "Venta del Sotón".
Está situado cerca de Huesca, en el pueblo de Esquedas. No muy lejos encontramos el conocido castillo románico de Loarre; visita obligada.

En este restaurante no sólo la comida es lo esencial, también el servicio, la innovación, el ambiente y la decoración acompaña al género que nos llevamos a la boca.
El Sotón vivió su gran esplendor en los años 90 donde su dueño, Lorenzo Acín, quien abrió el restaurante con tan sólo 17 años, llegó a ser el encargado del banquete cumbre de la Semana del Pabellón de España en la Expo'92, donde comieron tanto la Casa Real española como más de 30 presidentes iberoamericanos.
Han pasado muchos años desde entonces pero su actual gerente, Ana Acín, no ha escatimado la calidad de sus platos ni un ápice, todo lo contrario.

En su entrada podemos encontrar una gran chimenea que caracteriza al edificio rememorando a las típicas chimeneas pirenaicas. Después nos encontramos con el comedor de carta donde el atento servicio nos guiará a la mesa.
Una vez elegidos nuestros platos nos pondrán en la mesa una degustación de aceites del Alto Aragón (la cobran). Degustación exquisita con diferentes sabores, amarguras y  panes. Nos ofrecen un folleto explicando la nota de cata de todos los aceites y de dónde proceden. Curioso.
Durante toda la comida tendremos a los camareros encima, muy pendientes de que en nuestra copa siempre haya líquido.
La carta es variada, con platos en honor al fundador del restaurante y con una calidad altísima. No son platos copiosos pero tienen una gran presentación y los productos son buenísimos.

El caso, vamos a describir los platos:
Como primero elegimos un plato de "Tallarines frescos tricolor con arenque marinado". Un plato que, al gusto, nos pareció espectacular. Espectacular, de verdad. El sabor del arenque era intenso y especiado. Sabor que cubría todo el paladar.
La combinación con los tallarines es agradable a la boca, ya que suaviza un poco el sabor a pescado.
La presentación no resulta nada llamativa, si bien es verdad que tampoco se puede jugar mucho con tan pocos ingredientes.

Otra elección fue una ensalada de endivias moradas con queso roquefort y base de salmón y tomates.
La fusión de las endibias con el queso es de sobra conocida, algo que nunca falla. Además el toque del pescado le añade un toque fresco característico y el tomate un toque algo dulce incluso.

Como segundos platos tenemos opciones varias. Muchas opciones en carnes, no tantas en pescado.

¿Qué podemos decir del "Canelón de civet de jabalí, trompetilla negra, crema ligera de su jugo y queso Radiquero"? Pues que es sencillamente exquisito.
El plato se compone de dos canelones bastante grandes (unos 20cm) hechos con pasta casera. Tiene un gran sabor ya que la carne de jabalí tiene en ocasiones un gusto fuerte. De todas maneras, la crema ligera de su jugo le rebaja el sabor intenso y le da un toque suave al paladar.
Las trompetillas y el queso vienen gratinados que le da un toque final... Las trompetillas quedan crujientes (incluso demasiado) al ser una seta de poca carne y de tamaño pequeño.
Los quesos de Radiquero son de sobra conocidos incluso a nivel internacional. Quesos elaborados con leche de cabra ricos en calcio con un sabor suave en la carne pero fuerte en corteza. Así que son la guinda para este estupendo plato.

Impresionante también el "Cordero lechal de Huesca asado al horno con patatas a lo pobre".
Nos quedó la duda de su elaboración ya que estaba exactamente en su punto. No sabemos muy bien si tienen los asados a "medio preparar" y les pegan el último golpe a la hora de servirlos o realmente se pegan sus horas "oficiales" de asado. El caso es que está sensacional.
La corteza queda crujiente y con buen color, la carne jugosísima y con el sabor propio del lechal (sin llegar al típico ternasco). La pieza es generosa; paletilla entera.

En cuanto a los postres... Una especialidad de la casa es el souffle. Lo preparan en un carrito al lado de la mesa, quemando las claras de huevo con brandy. Como bien indica en la carta, lleva su tiempo.
La tarta de queso está muy buena, pero en este tipo de postres ya se sabe que nunca se acierta del todo. A unos les gusta blanda, a otros más espesa; pero bueno, la tarta es casera, aunque no destaca tanto como los otros platos.

Despues, y siguiendo con los detalles, nos ponen una bandeja de pastas y chocolates caseros y un porrón de vino dulce que está buenísimo. El vino tiene un cierto gusto a hidromiel y, por supuesto, ¡entra sólo!

Y como sorpresa, un plato con una especie de pastilla en la que echan agua caliente y se convierte en una perfecta servilleta húmeda para poder limpiarnos los restos del chocolate.

Aunque el precio sea algo elevado, podemos confirmar que merece la pena. La atención, los detalles y la calidad de este tipo de restaurantes se paga. Los 50€ por persona son inexcusables.
Eso sí, volveremos.



Puntuación (1 a 10):

- Servicio: 10
- Cantidad: 7,5
- Calidad: 9
- Precio: 8


Valoración global: 9. Increíble calidad y servicio. Con detalles  que al final se pagan (no avisan). Restaurante de renombre. Buen ambiente y tranquilo.