miércoles, 14 de enero de 2015

En busca de nuestro Santo Grial.

Lo volvimos a hacer. Salimos a la carretera en busca de nuestro santo preferido.
Esta vez nuestro incansable afán por encontrar el mejor chuletón nos llevó hasta el Albergue d'a Garcipollera en Villanovilla (Huesca).
Habíamos leído en Internet que sus carnes son famosas en todo el valle (incluso fuera de él) y por eso mismo emprendimos el viaje.
Bien es cierto que no sólo nos gusta comer como frailes, sino también viajar y descubrir mundo como los ermitaños. Así pues, fuimos a visitar una joya medieval que está cerca de Santa Cruz de la Serós; el monasterio de San Juan de la Peña.
Su enclave es especialmente peculiar ya que está cubierto por una enorme roca que le da nombre. Su claustro es digno de película y, cuenta la leyenda, el santo Grial estuvo varios años al resguardo de sus paredes.
Si tenéis la oportunidad, id a verlo. No hay excusa.

Monasterio de San Juan de la Peña

Como bien decíamos, nuestros pies nos llevaron hasta Villanovilla, que es un pequeño pueblo situado en el valle de la Garcipollera. El pueblo hasta hace bien poco estaba poco menos que abandonado, pero gracias a una gran inversión de dinero ha cobrado fuerza en belleza y turismo.
El Albergue d'a Garcipollera también ha contribuido a que haya movimiento en sus las calles ya que, muy probablemente, la mayoría de las personas que estén en ese momento en el pueblo sean comensales del restaurante.
Ah! Y a escasos metros del pueblo sale una pista que, después de una buena caminata, da a la preciosa iglesia de Santa María de Iguácel. Si te gusta andar, la montaña y el arte, su visita es obligada.

Santa María de Iguácel (foto: Wikipedia)

Recomendamos reservar mesa ya que el restaurante como tal sólo dispone de una docena de mesas y sería una faena ir a este pueblo "perdido" del Pirineo para darse la vuelta.
Y sin más, vamos con lo que nos concierne.
Lo primero que nos llamó la atención es que sólo hay un camarero (el dueño) para todas las mesas. Bien es cierto que no son muchas, pero por momentos se nota que el servicio carece de fluidez (tardaron unos 20 minutos desde que nos sentamos hasta que nos tomaron nota). Quizá sea de lo que más flojee.
El sitio es acogedor puesto que es una antigua casa reformada, con su hogar, su chimenea, sus vistas a la calle...
Puerta del restaurante

Sin duda alguna nuestro objetivo era el chuletón pero queríamos probar las diferentes especialidades de la casa, que no son pocas.
Esta vez comenzamos por unas croquetas de hongos que habíamos oído que eran espectaculares y...
sinceramente, no son nada del otro mundo. Es cierto que el relleno era cremoso y con mucho sabor pero como hemos dicho alguna otra vez, el hongo es un ingrediente muy recurrente y su sabor siempre es agradable.
El rebozado no casaba con el relleno. El relleno y el rebozado eran dos cosas totalmente diferentes. Incluso el rebozado se partía dando la sensación de congelado.
Aún así, el sabor era muy bueno. ¡¡Y cómo quemaban!!

Croquetas de hongos

Nos chocó ver en carta el plato de pulpo a la brasa, algo que consideramos no muy común, así que decidimos probarlo.
Iba acompañado de unas patatas asadas a la brasa, un poco de pimentón y algo de alioli casero.
La brasa le daba ese toque a fuego que no puede dar una plancha y eso le proporcionaba un punto
nuevo al plato. Desgraciadamente el pulpo es una lotería, te puede tocar una pieza tierna como el aire o dura como una roca. Pues bien, casi llegamos a jugar en los dos bandos. No nos mal interpretéis cuando decimos eso, ya que el pulpo estaba realmente bueno. Pero había trozos tiernos y con su sabor a leña y otros un poco más duros y un poco más sosos.
Creemos que a veces se ven desbordados también en cocina y por eso esta preparación.
El alioli (más bien decorativo) era muy suave y acompañaba más a las patatas que al pulpo.

Pulpo a la brasa

Seguimos con unos caracoles con ajolio. Éste fue uno de los platos que más nos gustó.
Como en las raciones anteriores, el plato no era muy abundante. Los caracoles, bastante grandes, estaban muy bien cocidos y con un sabor intenso gracias a la salsa acompañante. Típico plato para chuparse los dedos.
Aunque gran parte del buen sabor y protagonismo del plato se lo llevaba la salsa acompañante gracias a una rica aceite y unas buenas especias.
Quizá faltaba algo más de limpieza en los caracoles, algo muy costoso.

Caracoles con ajolio

El siguiente plato no lo habíamos pedido desde un principio, pero lo vimos pasar y la verdad es que nos llamó mucho la atención. El dueño nos lo recomendó encarecidamente y, cierto es, no lo habíamos probado nunca. ¿Que qué era? Algo muy simple: piparras a la brasa.
Las piparras son bien conocidas por comercializarse en conserva y, por supuesto, por su calidad. Este tipo de guindillas deben oscilar entre 8 y 12 centímetros y, supuestamente, si son más grandes significa que han estado demasiado tiempo al sol. Nos gustó tanto este plato que el Albergue d'a Garcipollera será recordado por sus riquísimas piparras.
Toque a brasa, tiernas, sin picor, sabrosas... ¡Cayeron como pipas!

Piparras a la brasa

Y ahora pasamos a nuestro Santo Grial: el chuletón.
Varias personas nos lo habían recomendado y también habíamos leído sus buenas críticas en Internet. Y no es para menos. 
Disfrutamos como críos con esta carne. El dueño nos trajo el chuletón de Viejo en un plato, nos lo enseñó, nos informó de cuantos gramos pesaba y nos recomendó que, de momento, no pidiéramos más ya que era una buena pieza de casi 1,300 Kg.
Bien; nos trajo la típica piedra ardiente para poder terminar de hacer la carne al gusto, aunque bien es cierto que el punto que tenía de leña era suficiente.
La carne era extremadamente tierna, con un buen trozo de grasa (importante) y con un entrevedado visible; algo que siempre marca el sabor. 
Tanto nos gustó y tantas ganas teníamos de comerlo que al momento ya no había carne en el plato. Su dueño, sorprendido, nos dijo que si queríamos otra pieza y... ya nos conocéis. No pudimos evitarlo.
Esta vez nos comimos otro chuletón de 800gr. Quizá era gula o quizá no, pero os recomendamos que probéis su carne. Una carne curada, suave de sabor pero sabrosa.
Quizá lo más molesto es que el Albergue no es muy grande y la concentración de vapores y humo es algo abundante (tampoco mucho).

Chuletón de Viejo

Con las panzas bien llenas llegaron los postres. En estos restaurantes suelen abundar los postres caseros, que siempre se agradecen más que los precocinados.
Entre las 4 o 5 opciones elegimos una tarta de queso casera, con buen sabor pero nada especial, y el impresionante helado de queso de oveja.
Este helado es uno de los mejores postres (sin tener una elaboración más allá del helado y el queso) que hemos probado en mucho tiempo. Exquisito, sabroso y cremoso. Obligatorio.

Helado de queso de oveja

La zona, la comida, la Historia... todo tiene razón de ser cuando se visitan sitios como este.
Después de todo, nos recogimos en casa para pensar y pensar... ¿dónde estará nuestro Santo Grial?
Aunque una cosa está clara: cada día estamos más cerca.


Puntuación (1 a 10):
-Servicio: 5,5
-Cantidad: 7
-Calidad: 8
-Precio: 7

Valoración global: 7. Servicio flojo para las pocas mesas que tiene. Aunque la cantidad no es muy abundante, los productos son de muy buena calidad. Especialidad en caracoles y chuletón (este último obligatorio). Atención! No se admite pago con tarjeta.

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